Fernando lo escuchó en su despedida. Grande hasta en sus gustos.
Por supuesto, no estoy hablando del disco del infumable Bunbury, sino de la película de Fernán-Gómez.
Acabo de verla por... ¿tercera vez? No sé...
Es extraño, pero en esta ocasión, al acabar la secuencia de créditos, me da por revisarme los bolsillos de dentro y resulta que me siento terriblemente solo. Ha ocurrido de repente, al pensar que el creador, actor y director de lo que acababa de ver ya no está entre nosotros.

Pero eso sí, ha sido la primera vez que he visto la película pensando en mí mismo como parte del mundo del teatro, no como espectador, que también es parte, claro, sino como escritor y director.
Da miedo dedicarse a un oficio que lleva agonizando ya más tiempo que vivo (y que dure), que no ofrece ningún tipo de seguridad y, mucho menos, a quienes se arriesgan lo más mínimo o, simplemente, deciden que por ese camino no y por este, pues vamos a probar.
Echo de menos a Fernando Fernán-Gómez, pero esta vez de un modo prácticamente personal, como si echara en falta a alguien que ha estado viviendo conmigo, en la misma casa. Quizá, y solo ahora me estoy dando cuenta, se nos haya ido a todos los que nos dedicamos a esto de entretener una parte de lo que debe ser el oficio, es decir, la visión clara de que esto es, también y puede que sobre todo, un oficio.
Si algún día me llega la fama y se me sube a la cabeza (no es un deseo, pero cosas más absurdas se han visto), recordadme la furgoneta en la que viajaban rumbo final a Madrid.
Dignidad, aunque no sepa lo que es, y confort, aunque tenga que inventármelo.
Descansa en paz, amigo. Gracias a tí intuyo el destino del viaje.
Música: Ignacio Corsini - Caminito