Unción de enfermos

Los que tenemos la fea costumbre de alzar la voz o de acalorarnos en las discusiones, aun sin llegar -en ocasiones- a perder los papeles o faltar al respeto, tenemos las de perder.
Esto, que suena a axioma pero que no es más que un reto a que lo observen y lo nieguen, me conecta con el profundo desprecio que siento al universo buenrollista en el que, en demasiadas ocasiones, me muevo.
Y conste que no me estoy quejando de que tendamos hacia el llevarnos bien, justo al contrario, sino al uso de las frases hechas que surgen de esta intención.



Me refiero a pedir perdón.
Pedir perdón puede ser la más noble (y difícil) actividad del ser humano y, por lo tanto, merece el respeto que se le debe otorgar a cualquier gran gesta. Pero, igual que es dificilísimo mirarse dentro, buscar el error propio y solicitar el perdón del interlocutor como forma de renacer a partir del fallo, el uso de la solicitud de perdón como herramienta me parece, por tanto, execrable.

Pedir perdón con la boca para golpear con la acción. Pedir perdón como prolegómeno a la bofetada (real o simbólica) que se va a dar. Pedir perdón como forma de asegurarse un buen lugar en la conversación para poder, en otra ocasión y cuando a uno le parezca, ofender sin preocupaciones.

Procuro medir bastante mis palabras para tener que pedir perdón lo menos posible, pero no ya por un hecho de decoro o de elegancia, sino por una simple economía.
Si he de pedir perdón, procuro que sea porque he cometido un error y mi intención es no volver a repetirlo.
Por eso mismo me resulta imposible tolerar a aquellas personas que solicitan el perdón como fórmula para hacer bajar la guardia, conservar un lugar privilegiado en la conversación, apelar a nuestra empatía y, seguidamente, atacar con dudosos escrúpulos.

Si tienes que pedir perdón, que no sea como una frase hecha y manida. Si pides perdón constantemente como herramienta, aprende a cometer menos injusticias y no necesitar hacerlo.

De nada me sirve que me pidas perdón, ni que digas que respetas mi postura pero que no la compartes, ni que presumas de que te gusta conversar con otros que tienen opiniones distintas si eso no acaba respaldado por la acción.
Si no hay cambio, si no muestras el respeto que presumes, si no toleras que la conversación no vaya como tú deseas o si te levantas de la mesa porque ya no quieres hablar con alguien como yo, no te hagas, encima, el ofendido.
No, no estás respetando mi opinión.
No, no estás pidiendo perdón porque sientas el ataque.
Estás buscando quedar bien y poder salirte como mártir de la situación.

Puede que nos hayan educado mal. A joder en abundancia y tranquilamente esperando la extremaunción como solución fácil de último momento.

El daño ya está hecho. No te levantes, encima, indignado.
Conoces de sobra el juego y te aprovechas de que nadie ama al martillo y de que sabes que siempre quedaré peor yo ante los ojos de todos porque mi tono es más alto, mis maneras más exacerbadas y mi rigor menos flexible.
Es injusto que sueltes la bofetada, pidas perdón y te vayas a casa con un "yo te respeto, cosa que tú no haces" que levantará la ovación del respetable.

No, por ahí va siendo hora de no pasar.

幽玄 (Yūgen I)

Porque reconozco la maravillosa evolución en la naturaleza hasta lograr organismos como este, sonrío siempre que un creyente me dice que el universo, para un escéptico científico, es un lugar triste.
Triste es necesitar un dios para dejar de pensar cuando cada ser nos pregunta "¿pero, imbécil, tú has visto lo jodidamente maravilloso que es el universo material?".

Porque se me pone la carne de gallina de excitación cuando pienso en todo lo que no conozco y me falta por aprender, no necesito "algo más allá de este mundo".
Porque la idea de la fe coarta esa excitación y la necesidad de aprender que surge de ella, no quiero "sentir la presencia de algo divino".
Porque conozco el glaucus atlanticus, no soy "espiritual".
Porque no necesito inventarme nada para que mi mente explote de gozo, no creo en dios.

Y tú, que miras el dedo que señala a la luna, no sabes lo que te estás perdiendo.

Violin Phase

Creo que voy a dejar de mostrarle música a la gente.
Hace tiempo que dejé de recomendar música y, de mi antiguo deseo de compartir cine, solo queda un blog sin más comentario que una simple frase y que cada uno haga lo que le de la gana.
Con la música cerré esa costumbre antes -la de recomendar algo- y ya me limitaba a mostrar lo que escuchaba a aquellos a los que creía que podrían escucharla con cierto interés.
Cuando esta tarde me he parado a pensar en los comentarios que me han hecho amigos y conocidos cuando he pulsado para ellos el botón de reproducir lleno de emoción y deseando contagiarla, he caído en la cuenta de una repetición que me ha sacado el aire de los pulmones.

"Esto tiene que estar muy guapo para escucharlo fumao".

La respuesta a esta frase siempre ha sido la misma. Una sonrisa forzada pero sin el más mínimo atisbo de ironía.
Una sonrisa que oculta el aliento roto de un mazazo.
Ilustración de Elia Fernández

- ¡Mamá, mira lo que he encontrado!
- Sí, sí, cariño, muy bonito. Déjalo en el suelo y lávate las manos.

Encontrar una melodía que te hable, un ritmo que te sacuda, una idea plasmada que te eleve la temperatura del cerebro. Y el impulso irrefrenable de compartir la dicha. 
Me ha levantado del suelo y creo que podría elevarte a ti también y compartirás mi dicha y tu vida ya no será nunca más la misma y podremos hacer una vida nueva con lo que hemos descubierto.
Esto tiene que estar muy guapo para escucharlo fumao.

Está tan lejos de lo que mi cerebro puede sentir o comprender que quizá, si lo ubico como música de fondo y altero mi percepción hasta que no me importe lo que me muestras, obtenga una bonita alfombra para sentarme a fumar encima.

Hijo de puta. No te estoy ofreciendo una alfombra, sino un espejo sin azogado, una puerta de agua cayendo en cascada, un portal para tu estado aquí y ahora, no en la nube y luego.

No me daña que no conozcan la música. Me daña el desdén de la letra. Siempre la misma letra.