Cesión a la pierna

Nadie ama al martillo.

Mientras abraces con fe, se te abrirán los visillos
pero no las puertas.

Nadie ama al martillo.
Fascina el centelleo de las chispas
que saltan del golpe contra la piedra
pero nadie ama al martillo.

Nadie, absolutamente nadie,
ama al martillo o, al menos,
no mientras se esté endureciendo poco a poco y no haya podido
demostrar su valía
-que se le de nombre
en estos días
es más importante que serlo-.

Hay una vieja galesa
-setenta años y salta al potro
atlética, ¿cómo si no?-
que me golpea con indiferencia y me sonríe
en las fotos
y me llama al zazen
ajusta mi montura
confía en mí
y me dice en silencio:
nadie nos ama, a los martillos,
pero no podemos ser otra cosa
que herramienta tosca, brutal, ciega
pero con los nervios a flor
en las piernas
y el centro de gravedad
cada vez más bajo
.

Y yo la creo
y me da un frío terrible saber
que me faltan cincuenta años o más
-o puede que nunca-
para recibir abrazo
de aquellos que hoy me recuerdan
que nadie ama al martillo.