Escucho una cantidad de música gigantesca. La escucho de veras. Y veo películas, muchas películas.
Leo casi todo lo que cae en mis manos.
Soy una desbrozadora y, tras el césped superficial y los hierbajos, todo lo que encuentro me aburre soberanamente.
Cada vez me cuesta más trabajo hablar de la música que me gusta con los demás y me limito a hablar de la música que me gustaba.
Nada me excita. O casi nada me excita.
En ocasiones encuentro a un Ben Frost, un Akira Rabelais o un Vladislav Delay, incluso, que me hacen plantearme que otra forma es posible.
Quiero llenar mi casa en el campo de máquinas extrañas que generen sonidos nuevos y que pueda controlar con mis manos.
Me cuesta muchísimo volver a tocar en grupo, volver a improvisar. Toda jam session supone, con los músicos que me rodean, doblegarme y hacer que valga más mi deseo de contacto humano que mi deseo de experimentación.
Todo esto va a cambiar. Voy a ponerme manos a la obra en cuanto vuelva del siguiente viaje. Puede que incluso antes.
Todo esto va a cambiar. Voy a ponerme manos a la obra en cuanto vuelva del siguiente viaje. Puede que incluso antes.
Lo que me faltaba. Para el perro más solo del mundo, la experimentación es la más solitaria de las casetas.